El ladrón –ágil, delgado y vestido de negro de pies a cabeza- abrió con maestría la ventana y se colgó ágilmente de la habitación. El rayo luminoso de su linterna recorrió el piso, saltó de una pared a otra, y se detuvo en un pequeño armario de color crema, decorado con calcomanías de animales y personajes de Walt Disney. Hacía él se dirigió caminando de puntillas, pues su experiencia le había enseñado que la gente guarda las cosas de valor en los sitios más absurdos o de apariencia más inocente, pues así creen que despistan a los rateros. Sobre el armario había una nota, escrita con palotes infantiles:
“Señor ladrón –decía la nota, que el caco leyó a la luz de la linterna-: Me he enterado por el programa de noticias de la televisión, y por los comentarios de mis padres, que últimamente han ocurrido muchos robos en esta zona de la ciudad, los cuales se atribuyen a una misma persona, por las idénticas características con que han sido cometidos. No sería difícil, por lo tanto, que una noche decidiera usted visitar esta casa en plan profesional. Si así sucede, le quiero suplicar que no se lleve mi osito de peluche. Estoy enfermito y él es mi compañero de día y de noche, ya que no puedo salir al jardín o a la calle a jugar con los demás niños. En el segundo cajón de la derecha, está mi alcancía, donde he ido guardando algunas monedas que me han dado de regalo. Llévesela usted si quiere, pero por favor déjeme mi osito de peluche. Se lo ruego. Muchas gracias. Luisito.
Al ladrón se le humedecieron los ojos. Como una ráfaga pasó por la pantalla de su recuerdo la imagen de un soldado de cartón, con levita azul y botones dorados y su quepis de charol, que él había atesorado por sobre todas las cosas cuando era pequeño. Cuando había sido niño, cuando había sido bueno... Se vio a sí mismo, acurrucado en su camita de niño pobre, durmiendo abrazado a su soldado de cartón, con el dorso de la mano se limpió una lágrima indiscreta -¡Hacía tanto tiempo que no lloraba!- y sin pensarlo dos veces sacó un billete del bolsillo para dejárselo al niño.
El ladrón abrió con mucho cuidado el segundo cajón de la derecha, y deslizó su mano en busca de la alcancía... Y volvió a llorar, pero ésta vez dando alaridos: una ratonera de resorte le fracturó cuatro dedos, en tanto que automáticamente se encendían las luces y sonaba una sirena de alarma.
El niño rió con ganas desde su cama. El ladrón pudo ver que ni estaba enfermo, ni tenía ositos de peluche, sino que era experto en electrónica y en trucos de Batman, como lo son todos los niños de la actual generación, tan adelantada.
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1 comentario:
Excelentes aportaciones, pero me queda el ansia de leer mas de la obra de este autor, que mas que literato, es un pintor de la vida común de nuestro bello pais.
Felicidades por su acierto de hacer con su blog, un homenaje a este escritor.
Saludos desde Montemorelos, N.L.
Saúl Fonseca Meza
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